Historia: PRIMER CAMPEONATO

01 octubre 2007

En todas las temporadas entre 1950 y 1956, el Rebaño se acercaba al título, pero sucumbía increíblemente cuando lo tenía a la mano, situación que le valió el mote del "Ya merito"... pero llegaría la temporada 1956-57, en la que comenzó todo para el Rebaño Sagrado. A partir de entonces "todas las estadísticas, todos los trofeos, todos los títulos, toda la gloria estarían pintados con el rojo, el blanco y el azul del Club Guadalajara".

"Ninguna hazaña del equipo les causa tanta satisfacción a los jugadores del Chivas Campeonísimo, como el primer campeonato, conquistado el 3 de enero de 1957. Esa noche el estadio estaba a reventar: 18 mil personas y una entrada récord de taquilla, de 150 mil pesos. La tensión era enorme... el triunfo llegó en el último minuto. Le ganaron al Irapuato 1-0, Chava Reyes anotó el gol, y al "Jamaicón" Villegas le anularon otro. Chava narra: "El gol fue ya sobre el tiempo. Un centro de Nuño, la malabareó el portero Quevedo del Irapuato y ahí en la melé llegué yo barriéndome y nos metimos todos al marco, porque sabíamos que era el campeonato. Poco después pitaron el final del partido. Mis compañeros y yo estamos de acuerdo en que no hubo nada como el primer campeonato. Después vino todo lo demás".



"La noche del 3 de enero de 1957, en los vestidores del viejo Parque Oro de Guadalajara, el profesor Manuel Uriarte daba masaje mientras bromeaba con los jugadores chivas y sentía por dentro, como todos, que la tierra estaba a punto de abrirse debajo de aquella calma ficticia. El viento ligero traía el estruendo de las tribunas enronquecidas apoyando al club rojiblanco. ¿Cuántas veces aquellos jugadores habían vivido el mismo momento? ¿cuántas veces esos mismos gritos de aliento sincero se habían transformado en lágrimas de rabia e impotencia ante el fracaso? ¿cuántas veces, en noches propicias para la gloria, se habían ido a la cama apuñalados por el recuerdo de un remate fallido, de un balón en el travesaño, de un descuido desgraciado?. Uno a uno, los jugadores se reclinaron ante la imagen de la Virgen de Zapopan, como los antiguos soldados romanos al pasar frente al César: Salve, César: los que vamos a morir te saludamos. A morir o a vencer. Uno a uno, Jaime "Tubo" Gómez, Pedro "Chato" Nuño, Guillermo "Tigre" Sepúlveda, José "Jamaicón" Villegas, Juan "Bigotón" Jasso, Francisco "Panchito" Flores, Isidoro "Chololo" Díaz, Salvador "Chava" Reyes, Crescencio "Mellone" Gutiérrez, Sabás Ponce y Raúl "Pina" Arellano se encomendaron a Dios y a su altísima Señora para pedirles su ayuda, realizar un buen juego y conquistar el título.


Lágrimas en los ojos debieron aparecer en aquellos once valientes al salir a la cancha y recibir el amoroso retumbar de sus porras. Estaban ahí los que siempre habían creído, los que habían dudado, los que los habían ridiculizado e increpado; estaban ahí, para terminar, todos juntos, con esa injusta afrenta. Once fieras rojiblancas, heridas en su amor propio, estuvieron rompiendo durante noventa minutos contra la defensa del Irapuato, como un mar embravecido sobre un muelle indefenso. Ahora, además de talento, parecían tener sentido del tiempo, serenidad en el toque y concentración para combinar en la cancha ambición de triunfo e inteligencia para lograrlo. La crónica del día siguiente comentaría el momento en que la más elemental justicia cayó sobre el mítico Parque Oro: había avanzado Nuño corriendo por su banda hasta zona peligrosa, y desde ahí bombeó un balón sobre el marco. El centro fue tan cerrado, que el gran Quevedo no pudo rechazar el esférico. Reyes fue el afortunado autor del remate final. Una multitud, hirviente de gratitud y fe largo tiempo acumuladas, cargó a sus ídolos. Pesaban menos, mucho menos, que la infamante carga del "Ya merito". Chava reyes sintió que le quitaban un zapato; Mellone no supo nunca quién se quedó con su camisa. Gritos, porras, mariachis, caballitos de tequila entrechocándose en un ámbito de gloria y regocijo se sucedieron entre el desfile del Club de Leones, la visita al Palacio de Gobierno y el tedéum entonado por el arzobispo Garibi Rivera en alabanza de la nueva alcurnia rojiblanca.


Aquel mar embravecido, aquellos once guerreros que tanto había aprendido de la humillación y la derrota, estaban ahora preparados para cobrarle al destino, y de qué manera, el fuego helado de otros trofeos."

Fuente: www.soydechivas.com.mx

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