La tarde del miércoles 3 de junio de 1987, frente a un lujoso hotel de las calles de Florencia en la Zona Rosa, una multitud silenciosa se congregó desde temprano. Cuando el camión de las Chivas se detuvo frente al hotel, a las 19:05 horas, pareció que un largo grito de desahogo, de rabia, de orgulloso desafío, retaba a poner fin a 17 años de ayuno: ¡Chivas, Chivas, Chivas!. "Llegó el día esperado por los seguidores del Guadalajara. Quedó demostrado que son más queridos aquí que en su propia tierra -sentenció ufano un reportero capitalino-. Aseguramos que hoy por hoy la mitad más uno del país es el Guadalajara". Después de 17 años de no conseguir un título, y de un par de intentos fallidos en los años recientes, el Rebaño seguía siendo Sagrado en el corazón popular de México. "Estoy convencido de que soy una persona que está cosechando lo mucho que otros sembraron -declaró honestamente el joven técnico Alberto Guerra-, pero ya tenemos la necesidad de ser campeones."
Cruz Azul, el rival de aquella final, no era fácil. Institución relativamente joven en la historia del fútbol nacional, había llegado prendiendo fuego con la conquista de siete títulos en poco más de dos décadas. Junto con el América, se había convertido sin duda en el principal competidor capitalino del fútbol tapatío. Por otro lado, la magnífica campaña rojiblanca en ese año (más juegos ganados, más goles anotados, menos recibidos) apenas había bastado para quedar un punto arriba de los Cementeos en la tabla general. Ante la rebosante estructura de un Azteca superado en su capacidad de aforo, el Cruz Azul se llevaría el primer encuentro gracias a su buena fortuna, a la destacada actuación de su guardameta Larios y -sobre todo- a la resucitada sombra del "Ya merito". La mayor parte del tiempo tuvimos el balón, además de varias oportunidades muy claras de gol -dijo Alberto Guerra en los vestidores-. Pero las fallamos y por eso triunfó el Cruz Azul."
Se requería, ahora o nunca, el agua bendita del triunfo. Y si en las temporadas consecutivas de 1982-83 y 1983-84 los rojiblancos se habían quedado otra vez a un solo paso, las directivas de Alfonso Cuevas y Carlos González habían aprendido del pasado y tomado una decisión sabia: había que sostener, contra viento y marea, al técnico Alberto Guerra. Con goles de Fernando Quirarte y dos de "Yayo" De la Torre, los Chivas de la cancha habrían de corresponder ampliamente a los Chivas de traje y corbata que miraban -agonizando en la tribuna- los minutos faltantes para felicitarse a sí mismos de haber respaldado en la batalla a un capitán de pura cepa rojiblanca, a quien lo único que le faltaba (como a tantos mexicanos talentosos) era un voto de confianza.